ESA.

Esa del espejo me tiene harta. Es la de los cuadernos, esa misma. Con qué fervor la odio cuando le dicen algo lindo, no se lo merece. Es más, sabe que es mentira y sonríe y agacha la cabeza. Y a mi se me inundan los ojos de entendimiento hecho sal. ¿Pero quién soy yo para decirle que le grite al mundo lo que piensa, lo que sabe, si es más fácil sonreír y retirarse a otra habitación, o al patio o al cielo de luna llena o al humo de un cigarrillo? Unos tacos y unos ojos pintados no dicen nada de lo que es. El labial rojo rubí y la pollera de poca cobertura no son todo lo que hay. Si, perdoname, yo haría lo mismo, sonreír y alejarme. Y a la primera de cambio, meterme en el baño, mojarme la cara, que se corra la pintura. Sacarme los tacos, que se manchen los pies. Bajarme la pollera y que se vean las cicatrices de adentro y de afuera. Y ahí sí, ahí quiero ver cuántos se animan a mirarse en un espejo que no refleja. Un espejo que es y no, y nada más.